martes, 23 de noviembre de 2010

COP16 (Parte 2/3)

La decepción de Copenhague

En Copenhague se debía conseguir un acuerdo justo, ambicioso y vinculante que lograra frenar el cambio climático. La comunidad científica mundial, encabezada por el IPCC (el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de la ONU), advierte de las catastróficas consecuencias que tendría para la humanidad un aumento de 2ºC en la temperatura media global respecto a la temperatura preindustrial, cuando la temperatura se encuentra ya 0,8ºC por encima de los niveles preindustriales. El efecto de este incremento en la temperatura global sería irreversible, al menos desde una perspectiva humana, con la proliferación de desastres como olas de calor, inundaciones, una subida en el nivel del mar, fenómenos meteorológicos extremos o la destrucción de ecosistemas y un aumento en la pérdida de biodiversidad. El objetivo es actuar ya para quedarnos lo más lejos posible de ese aumento de 2ºC, el llamado "umbral de seguridad" climática. A propósito de ese umbral, muchos defienden que se baje hasta 1'5ºC, como por ejemplo los pequeños estados insulares, que acudieron a Copenhague con el lema "1'5ºC para sobrevivir".


Los expertos coinciden en que el tiempo para asegurar la estabilidad del clima se agota, y advierten, por ejemplo, de la necesidad de que las emisiones de CO2 antropogénico alcancen su pico máximo en un plazo de entre 5 y 10 años. A partir de entonces sería imposible evitar un nivel de concentración de CO2 en la atmósfera (450ppm) que aumentaría la temperatura media global por encima del umbral de seguridad.

Las grandes expectativas puestas en la Cumbre del Clima de Copenhague se correspondían con lo mucho que estaba en juego. Del mismo modo, la frustración por el fracaso de la cumbre fue tan grande como las expectativas que había generado. Es innegable que la cumbre de Copenhague invitaba al optimismo, pues la inmensa mayoría de la comunidad internacional reconocía la gravedad del problema y la necesidad de actuar. A la cumbre asistieron miles de representantes de ONG, de la sociedad civil y también periodistas procedentes de todo el mundo. En un movimiento histórico, 56 periódicos de 45 países publicaron un editorial conjunto titulado ‘Catorce días para sellar el juicio de la historia a esta generación’, en el que demandaban un acuerdo justo a los líderes mundiales por la “grave emergencia a la que se enfrenta la humanidad”. Pero los dirigentes allí reunidos fueron incapaces de conseguir más que un tibio acuerdo, una mera declaración política, muy lejos de la urgencia que se requiere para frenar el cambio climático. El acuerdo se aprobó en una reunión al final de la cumbre entre EEUU, China, y las otras potencias emergentes (India, Brasil, Sudáfrica), en un intento desesperado por aparentar que en Copenhague se había conseguido algo. Ni siquiera obtuvo el consenso necesario para ser aprobado como conclusión de la COP, pues algunos de los países cuya supervivencia depende del Cambio Climático, como los pequeños estados insulares, se negaron a firmarlo.

Tampoco lograron engañar al mundo, que recibió el débil acuerdo como un nuevo y estrepitoso fracaso de la comunidad internacional, completamente incapaz de sacar nada en claro de una cita que había generado unas expectativas muy grandes. Greenpeace denunció esta estafa colándose en la cena de galas de los mandatarios, con el lema “Los políticos hablan, los líderes actúan.” A los activistas encargados de llevar a cabo la valiente protesta les hicieron pasar las navidades en prisión, en lo que fue probablemente la única acción contundente que se tomó en Copenhague durante esos días.



Europa fue excluida de la elaboración de ese acuerdo final, perdiendo el papel de liderazgo que había jugado en el pasado en materia de cambio climático, como por ejemplo a la hora de negociar el Protocolo de Kioto. La marginación de la UE se entiende por la cada vez mayor importancia de China y demás potencias emergentes, pero también por su falta de ambición durante toda la cumbre: los Veintisiete no fueron capaces de mover ficha y aumentar la oferta de reducción de emisiones hasta el 30%, lo que hubiese supuesto un impulso enorme para las negociaciones. Algunos de los dirigentes europeos se lamentaron del decepcionante resultado de la cumbre, lejano a las aspiraciones de la UE, seguramente conscientes del papel secundario que había pasado a jugar Europa en un asunto de tanta importancia como es éste.

¿Pero cuál es el problema del acuerdo de Copenhague? El problema es que ni es ambicioso, ni es justo, ni es legalmente vinculante.

No es ambicioso porque, a pesar de que reconoce la gravedad del problema y la necesidad de mantener el aumento de temperatura por debajo de los 2ºC, no establece las medidas pertinentes para lograr ese objetivo. No se establecen objetivos concretos de reducción de emisiones a escala global, como hacía el Protocolo de Kioto, sino que permite a cada país aprobar las reducciones que considere oportunas. Prevalecen los intereses particulares de cada país por encima de las medidas urgentes que se necesitan para luchar contra el cambio climático. El reconocimiento de la gravedad del problema tampoco es ningún paso adelante, pues lo mismo se dijo hace 18 años en el artículo 2 de la Convención de Naciones Unidas para Cambio Climático, aprobada en la Cumbre de la Tierra de Río.

"El objetivo último de la presente Convención y de todo instrumento jurídico conexo que adopte la Conferencia de las Partes es lograr, de conformidad con las disposiciones pertinentes de la Convención, la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático. Ese nivel debería lograrse en un plazo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente al cambio climático, asegurar que la producción de alimentos no se vea amenazada y permitir que el desarrollo económico prosiga de manera sostenible."

No es legalmente vinculante porque no obliga a nada, lo único que hace es conceder un plazo (hasta Febrero del año 2010) para que los países presenten sus objetivos de reducción de emisiones, y tampoco establece medidas para verificar esos recortes. Ese plazo se cumplió sin que los países ofrecieran metas ambiciosas: tan sólo Noruega ha estado a la altura, ofreciendo una reducción de entre el 30 y el 40% para 2020.

No es justo porque no actúa con contundencia ante el cambio climático, lo que supondrá una tragedia en un futuro no muy lejano para muchas personas, sobre todo las más empobrecidas y vulnerables del planeta, que curiosamente no son las responsables del problema. Además, las medidas de financiación adoptadas, 30.000 millones de dólares entre 2010-2012 para adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático, son claramente insuficientes, según se desprende de informes de diversas organizaciones como Oxfam o el Banco Mundial, o incluso de los cálculos de la propia UE, que estimaba un coste de adaptación mucho mayor (más de 100.000 millones de dólares anuales hasta 2.020). Tampoco se concretan de qué fuentes procederá el dinero, dejando la puerta abierta a una reducción de la ayuda al desarrollo. Hay que recordar que los países desarrollados están obligados por la CMNUCC a financiar la adaptación de los países en vías de desarrollo al cambio climático.

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